Efraín Martínez Cuevas
El caballo es un tema que me apasiona no tanto por las cabalgatas, porque me parece que no es para mí eso de andar galopeando por ahí a campo traviesa, sino por las palabras que hay en torno al caballo y, su consecuencia como transporte, los carros. Encontré unas 2.400 palabras sobre los caballos y a partir de ahí no paré buscando más palabras caballunas.
Vamos a ver, la palabra “caballo” tiene muchos sinónimos, dependiendo de razas, origen, familia, etc. Apunto algunas de las palabras que sustituyen a “caballo”: bestia, bruto, bronco, caballejo, caballería, cimarrón, corcel, cuaco, equino, penco, jaco matungo, potro, rocín, zaino, zopenco, etc.
Hay otras denominaciones menos conocidas como chalate, gurrufero, piscle, sotreta, etc., etc. Pero que aquí ni por casualidad se usa ya que con “caballo” y “cavajú” nos basta y nos sobra. Los paraguayos no somos de andar perdiendo tiempos en sinónimos y lindezas por el estilo.
Hablando de caballos, la palabra arre es interjección para estimular a los caballos. Se dice interjección a toda palabra que expresa alguna impresión profunda como asombro, sorpresa, dolor, molestia amor, etc. De arre nacen arreada, arreador, arrearme, “arreamiento, arrear.
Arriero es el que arrea. En Paraguay damos otro sentido a aquella palabra; decimos arriero al hombre, al extraño, al formidable (“ijarriero paité chendivé”), pero también decimos arriero al envalentonado, al audaz, al busca pleitos.
El diccionario de la Real Academia Española define la palabra arriero: el que conduce a las bestias de carga de un lugar a otro, al mulero (encargado de las mulas).
Los jineteros (una palabra creada recientemente en Paraguay para definir a las personas que en grupo practican la equitación como espectáculo público) son de equipar sus montados con llamativos ajuares y equipos, que en conjunto se llaman atalaje. A propósito, allá por 1906, cuando en Paraguay se andaba preferentemente a caballo, comenzaba a ingresar los primeros vehículos motorizados y como la palabra repuesto todavía no aparecía en el firmamento del lenguaje, un decreto del Poder Ejecutivo ordenaba que queden exonerados de todo derecho de importación “los automóviles y carruajes” con las “guarniciones” correspondientes (o sea, repuestos).
Al que conduce el carro se llamaba cochero, pero en algunas partes se lo llamaba también auriga. Cuando apareció el automóvil la palabra cochero fue sustituido por conductor y chofer o chófer. Esta palabra, chofer, es de origen francés y refería a la persona que más sabía de mecánica del automóvil (sería hoy el mecánico). Esta persona sustituyó al cochero, que solo sabía de cómo conducir un carro tirado por caballos.
El asiento del conductor era conocido cuando los carros existían como pescante. El diccionario dice que es el asiento exterior desde donde el cochero gobierna las mulas o caballos. La palabra no se volvió a usar ni bien entraron los automóviles (que se mueven sin necesidad de los caballos) y me parece que en ese sentido perdimos como en la guerra. Ahora le llamamos asiento del conductor nomás. En algunas novelas de autores extranjeros de habla española suelo encontrar con que el autor saca provecho a la palabra aplicándolo en su justo lugar.
Me agrada charlar de vez en cuando con veterinarios y algunos estancieros que de caballos saben un montonazo. El doctor Ramón Pistilli, ya fallecido, probablemente fue el paraguayo contemporáneo que más sabía de equinos. Escucharle hablar sobre esta especie era una delicia. Una vez asistí a su charla sobre las patas de los caballos. De él aprendí que se dice argel al caballo que tiene blanco el pie derecho y, dosalbo que tiene blanco dos pies.
En fin…